Otra grieta en la sociedad: la que profundiza la estupidez
Una de las pocas leyes nacionales aprobadas con sentido de respeto a la
Argentina profunda y ancestral, fue la número 23.737, que se debatió,
aprobó y promulgó en el año 1989. Se llamó Ley Nacional del Coqueo.
En ese instrumento legal, vigente en Argentina, se declaraba que "la
hoja destinada para el coqueo, masticación o su empleo como infusión no
debe ser considerada como tenencia o consumo de estupefacientes".
Así, la legislación argentina reconoce una costumbre milenaria del
norte del país y en general de toda la extensa región andina de
Sudamérica. Al senador Alfredo Luis Benítez y los diputados nacionales
Fernando Enrique Paz y David Jorge Casas, jujeños, les correspondió
junto a sus pares del NOA un fuerte protagonismo en la sanción de
aquella Ley. Y poco tiempo después, cansado de recibir atropellos por
parte de la policía de Buenos Aires, Guillermo Eugenio Snopek, siendo
senador mandó a imprimir una tarjeta que se podía llevar en la
billetera, con el texto de la Ley para ser presentado ante las
autoridades que lo requirieran y así evitar malos ratos. Pero esa
sociedad que rodea al puerto de Buenos Aires, una de cuyas
características de origen es vivir, actuar y decidir de espaldas al país
real, jamás terminó de entenderlo, y especialmente hoy, cuando el
flagelo de la droga de pronto parece haber introducido el terror en
quienes durante decenas de años hicieron la vista gorda frente al drama
que se veía venir, vuelven a sorprender al detener y encarcelar a seis
choferes de ómnibus de larga distancia por haber sido sorprendidos
"drogados con cocaína". Y no hay forma de hacerles entender que los
trabajadores del volante, según sus propias declaraciones, llevaban un
"acusi", bolo de hojas de coca que los ayuda a perder el sueño y
mantener la lucidez.
La prensa nacional hizo eco de lo ocurrido, demonizando el acto de coquear y a quienes lo hacen cotidianamente.
Alguien
los denunció, tal vez bien intencionado, porque vio espantado que
alguno de ellos metía su dedo en una bolsita con un polvo blanco y la
llevaba a la boca. ¿Cómo explicarles a los supinos ignorantes de las
tradiciones, que se trata de bicarbonato de sodio, que potencia los
efectos del coqueo? ¿Cómo hacerles comprender que desde hace miles de
años, en vez del bicarbonato se usaba llicta (y aún se usa), mezcla de
cal triturada con cenizas de jume o de queñua, que genera los mismos o
mejores efectos que "el bica".
Presurosos, los paladines de
la lucha antinarco, se dieron a la tarea de realizar un procedimiento
ejemplar, soñando quizás con quedar en la historia. Más presurosa, la
prensa "nacional" inició un papelón histórico y universal, mostrando
detalles del operativo. Lamentablemente, algunos comunicadores "serios",
fundamentaban su repentino fervor por la cruzada antinarco, diciendo
que "si el test dio cocaína", es que los trabajadores del volante
estaban drogados. Y así lo difundían muy orondos desde los grafs en las
pantalla de la TV. No contentos con ello, comenzaron las entrevistas a
especialistas, toxicólogos, médicos, y hasta jueces. Entre ellos, todos
realimentaban las opiniones como modernos gladiadores de una campaña
para redimir al mundo. Hubo, felizmente, alguna que otra voz informada y
respetuosa.
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